domingo, 30 de marzo de 2014

PN Sierras de las Quijadas, San Luis.




Poco a poco el sueño de ir conociendo mi país se iba convirtiendo en una realidad, y como ya estábamos en época de ir concretando sueños, en mi vigésimo octavo aniversario de vida me llego el mejor regalo material que hasta ahora he recibido: mi flamante y amada Nikon D60. Con cámara en mano, en Marzo de 2010 emprendimos viaje hacia Mendoza. La idea era recorrer toda la provincia, previo obligado paso por San Luis, donde conoceríamos el quinto parque nacional.
La primera parada fue Potrero de los Funes, nos hospedamos en unas hermosas y nuevas cabañas,  donde por las noches nos dábamos el gusto de degustar unas picaditas con cerveza mirando infinidad de estrellas recostados en las reposeras cercanas a la pileta. ¡Que noches tan mágicamente geniales!   
 
El segundo día partimos por ruta 147 hacia la aventura de Sierra de las Quijadas. Ubicada al noroeste de la provincia de San Luis; es sin lugar a dudas uno de los lugares más secos, calurosos y desérticos en los que he estado.
El parque esta administrado por una pequeña cooperativa por lo que no cuenta con gran infraestructura para el visitante, es por esto que recomiendan llevar agua, alimento y protección solar, a fin de ir preparados. Esta recomendación no es chiste, nosotros lo comprobamos. Fuimos sin gorras y a los minutos de estar allí, optamos por improvisar unos pañuelos con unos trapos que teníamos en el auto, puesto que el calor del sol era realmente sofocante; recomiendan litro y medio de agua por persona nosotros solo llevamos litro de agua para los dos y, sin exageraciones, tras las extensas caminatas, buscada una gota de agua cuan oasis en el desierto. Con solo decir que ni bien salimos del parque hicimos unos pocos kilómetros por la ruta (para mi parecieron eternos) desesperados paramos a comprar agua y fue la única vez que recuerdo en mi vida haber tomado un litro de líquido sin siquiera parar un segundo a respirar.
 
 
El origen del nombre, según nos contó el guía,  se debe a que la zona fue refugio de bandidos que asaltaban la carreta que cubría el tramo Bs.As. - San Juan durante el siglo XIX y principios del XX. La antigua ruta de tierra coincide con la actual ruta nacional 147.
Los bandidos asaltaban la carreta y luego partían a refugiarse en la zona del Potrero de la Aguada, donde la geografía de intrincados laberintos rocosos les permitía eludir a los agentes de la ley. Esos bandoleros, una especie de piratas del asfalto de la actualidad, tenían la costumbre de faenar vacunos para sus asados y por algún motivo que no está muy claro lo primero en asar y comerse era la quijada de los vacunos; de allí que en la cartelera oficial de la época eran buscados y se ofrecía importante recompensa por la captura de los "Gauchos de las Quijadas". Estos gauchos pasaron a la historia, por ahora la folclórica, sin imaginarse que su costumbre daría origen al nombre de Sierra de las Quijadas.
Los voluminosos acantilados, de un intenso color rojo adquirido por la fuerte oxidación de los materiales, construyen un magnífico anfiteatro natural, obra de una excéntrica artista: la erosión de aguas y vientos. A menor escala, imagino, pero caminar entre los inmensos cañadones da la sensación por un instante de estar caminando por el Gran Cañón del Colorado. En este lugar se han hallado numerosas huellas de dinosaurios, abundantes restos fósiles de animales, de troncos y raíces petrificadas como también muchos elementos de la población  indígena huarpe.
Siempre caminando, en el parque puede visitarse: dos miradores, con una duración de entre 45 y 60 minutos; el circuito Huellas de los Dinosaurios, con una duración de dos horas; y Los Farallones, que dura unas cinco horas, solo puede realizarse con guía y es el recorrido más emocionante y retador del parque.
Es internarse dentro del cañadón y sentirse terriblemente pequeño; tiene un aura fantasmagórica y caminando por la nada la misma, rodeada de colores rojizos, alguna que otra verde vegetación ( muy escasa) y el contraste del cielo celeste profundo algo paso dentro de mí que hizo que todo pensamiento desaparezca y solo esté allí presente: sin presiones ni exigencias que cumplir, sin perfecciones que alcanzar, ni pruebas que superar; solo ser, respirar y estar lo suficientemente vacía como para llenarme de la belleza, quietud y misterio del lugar basto para ser feliz.
El último día nos despertamos temprano y salimos a recorrer los pueblos aledaños con la idea de al mediodía partir hacia Mendoza. Salimos sin mucha idea de donde iríamos para el lado del circuito de las sierras puntanas, que va por la ruta provincial número 9 pasando por las localidades de El Trapiche, La Carolina y la Gruta de Inti Huasi entre otros.
 
Fue justamente en la iglesia Nuestra Señora del Carmen de la Carolina donde conocimos a Ale y a Chris, una encantadora pareja, gente de campo de esas bonachonas desde el alma hasta los pies,  con la cual enseguida pegamos onda y tanta hasta que decidimos ajustar planes y terminamos rearmando el plan diario para seguir recorriendo San Luis con ellos y llegar hasta  San Francisco Monte de Oro, donde se encuentra la primer escuela que fundo Sarmiento. Hermosa ruta,  que entre cerros y valles, regala todo un espectáculo visual ideal para recorrer sin prisas,  relajados y con buena música de fondo. Fue un hermoso día, de esos que te regala la vida sin que uno los premedite o busque, no solo porque descubrimos paisajes, aromas y sensaciones de libertad intensas sino porque además sumamos a nuestras vidas a dos grandes amigos.
 
Pero llegaba el atardecer, y como todo en la vida, debíamos continuar camino para darle paso a cosas nuevas… por lo que con la promesa de mantenernos en contacto, nos despedimos de Ale y Chris y emprendimos camino hacia Mendoza.

 

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