Llegamos a Agosto del 2009, con
vehículo propio casi nuevito, emprendimos nuestro viaje a Córdoba. Nos
hospedamos en Villa Giardino, a 68Km de Córdoba capital, en una casa que una
amiga de mamá muy amablemente nos prestó. La idea era recorrer en una semana
todo el Valle de la Punilla y por supuesto, hacer el camino de las Altas
Cumbres para culminar con el Parque Nacional Quebrada del Condorito.
Durante varios días recorrimos
cada pueblo que atraviesa la ruta provincial 38, entre ellos Villa Carlos Paz,
Los Cocos, La Falda, Cosquín, La Cumbre y Capilla del Monte. Desde paseos en
aerosillas, caminatas por cerros, hasta el famoso laberinto de ligustros, donde
Max salió primero como campeón y presencio mi escaso sentido de la orientación;
todo fue muy divertido y teñido por una tranquilidad singular, puesto que en
invierno pocos turistas se acercan a esta zona.
Partimos temprano hacia el camino
de las Altas Cumbres y cada vez que ascendíamos más se dibujaba en los
pastizales la escarcha matinal. Recorrimos toda la ruta provincial 34 hasta
llegar a Mina Clavero en busca de la entrada al parque, la misma no está bien
señalizada por lo que debimos retomar
camino hasta encontrarla.
La Quebrada del Condorito, que da
nombre al área protegida, es un profundo cañadón en forma de “V” de 800 metros
de altura y 1500 metros en su parte más ancha; desde cuyos bordes superiores es
factible observar a casi el mismo nivel el suave planeo de los cóndores
andinos.
En las Sierras Grandes de Córdoba es posible diferenciar tres tipos
principales de vegetación dispuestos a modo de pisos de altitud. De abajo hacia
arriba, entre los 700 y 1300 msnm, encontramos el Bosque Chaqueño Serrano, aquí
los árboles que dominan el paisaje son molles y cocos; entre los 1300 y 1600
msnm, los árboles desaparecen y nos encontramos con el Matorral Serrano que
tiene como protagonista al arbusto romerillo y finalmente al sobrepasar los
1600msnm la vegetación más vista son los pastizales.

Con respecto a la fauna, claro
está el animal más destacado del parque es el Cóndor, el ave más grande del
mundo y rey indiscutible del lugar; aunque es inevitable mientras transitas por
los diversos senderos ignorar la existencia de dos especies peculiares que
quisieras no toparte, sobre todo luego de leer los carteles de alerta que la
APN pone a disposición de los turistas.
Se trata nada más y nada menos que del
puma y la serpiente yarará.

Nuestro espíritu aventurero se vio amenazado cada
vez que leíamos las instrucciones de qué hacer si te cruzabas con uno de estos
“bichitos” y claro está que por más que en todo momento se advertía “no correr”
mi reacción si hubiese topado con un puma hubiera sido huir despavorida al
mejor grito de “Maaaaazzzziiiii ayuuuuudaaaaaa”. Un poco para descontracturar
el momento de terror y otro poco de nervios estuvimos tentados casi todo el
sendero solo pensando en lo improbable que sería seguir las instrucciones si un
felino nos atacara, lo que lo hizo inolvidablemente ameno, eso sí, de a ratos,
disimuladamente pispiaba para atrás para chequear que ninguna “fiera” nos
estuviera siguiendo.
Tras algo así como dos horas de
caminata llegamos finalmente al Balcón Norte donde se puede observar el inmenso
cañadón donde anidan los cóndores. Nos quedamos quietitos a la espera del show
y no tardaron en sobrevolar los primeros cóndores.

Cuando un cóndor extiende sus
alas podes captar lo majestuosidad de su ser, de extremo a extremos de sus alas
puede tener más de 3mts de longitud. Realmente son asombrosos, al mirarlos de
cerca uno puedo percibir una seguridad cautivante en ellos; tal vez transmitida
por la cantidad de tiempo que pueden estar flotando en el aire sin siquiera
mover un ala, la explicación científica es que aprovechan las diferencias
térmicas de aires cálidos, aunque para mí es un poco más poético: son tan
poderosos que no necesitan esforzarse para ser lo que están destinados a ser.
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