El Parque Nacional Nahuel Huapi es uno de esos tantos enigmas de la Patagonia. Donde se amalgaman estáticos pozones con rápidos ensordecedores y en donde las extensas masas de agua dulce coquetean con el cielo vistiéndose por momentos de un exótico color turquesa.



Según su
vegetación el Parque se divide en tres áreas: la zona altoandina, estepa
patagónica y el bosque subantartico más austral del mundo. La naturaleza alto andina crece sobre los
1.600 metros sobre el nivel del mar, con una vegetación rala de pequeñas
hierbas adaptadas al clima en donde se refugian especies como el Cóndor y el
Huemul. La nieve que se acumula en invierno permite mantener los últimos
glaciares y una extensa red de arroyos, ríos, lagos y lagunas. Los bosques
cubren las partes bajas de las montañas y los valles. Lengas, coihues y ñires
florecen en primavera creando uno de los paisajes silvestres más coloridos. Las
flores rojas del notro, la trepadora mutisia, de vibrante color naranja, los
tonos lilas de la virreina y el amarillo vibrante del amancay tapizan el paisaje.
Gracias
a sus cerros, lagos, arroyos y picadas, a la belleza de su vegetación durante
las cuatro estaciones del año y a su excelente infraestructura es un lugar
ideal no solo para la vida al aire libre, sino también para la práctica de
infinidad de deportes acuáticos, montañismo, esquí y trekking.
A
diario, en temporada, parten desde el muelle de Puerto Pañuelo, ubicado en la
península Llao Llao, frente al emblemático hotel, excursiones lacustres a la
Isla Victoria, bosque de arrayanes y Puerto Blest. Es un estupendo plan para
pasar el día; navegando por el Nahuel Huapi desde la cubierta podes pasar
varios minutos maravillándote con el reto de alimentar a una gaviota con tan
solo extender un brazo. Una vez ya en la isla te internas en un paraíso
forestal donde es imposible sentirse diminuto ante la magnitud de sus árboles.
Tal vez uno en sus recuerdos retoca inconscientemente algunos detalles para
hacer la historia más interesante, no puedo dar certeza de que fehacientemente
nunca haya visto otros árboles más grandes, pero si puedo asegurar que jamás me
sentí tan diminuta como el instante en
parada frente a un enorme tronco de una secuoya gigante levante mí vista
hacia el cielo y me costó ver donde culminaba la copa.

Herman
Hesse decía que la belleza no hace feliz al que la posee sino a quien pueda amarla
y adorarla; tal vez sea por esto que la encuentro tan fascinante, porque tiene
el poder de hacerme sentir todo y a la vez me asombra tanto que me obliga a
pensar en nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario