Viajar es una buena forma de
explorarse a sí mismo, experimentar imágenes, sabores, aromas y sensaciones
distintas a las que usualmente estamos acostumbrados nos invita en cierto modo
a despertar. Claramente lo primero que percatamos son los mapas y circuitos,
los puntos de interés turísticos, los alojamientos, restaurantes y tener lindas
fotografías; pero superada esa primera instancia del turista relajado, en cada
viaje se esconde un manantial de posibilidades de descubrir eso que es obvio
pero que por lo general olvidamos: el universo está repleto de lo distinto a
mí; por lo que todo lo que soy, lo que veo a diario, las sensaciones que
experimento y las personas que frecuento, todo lo que siento naturalmente mío no
es más que una diminuta parte de todo lo que es, fue y será. Viajar es una gran
manera de poner las cosas y nuestra propia vida en perspectiva.
México es un interesante crisol
de sensaciones; sus paisajes costeros de infinitos turquesas, su herencia
viviente en centenares de ruinas, su cultura y sus costumbres tan profundamente
arraigadas en sus habitantes, son solo algunas de las tantas imágenes que
regala. Es un país en el que constantemente interactúan lo viejo y lo nuevo, y
a pesar del progreso que la modernidad impone, el mexicano de alguna forma
logro amalgamarse para permanecer en sus orígenes.
Una muestra de esta preocupación
por la cultura es el programa desarrollado por la secretaria de turismo “Pueblos
Mágicos”, donde con el fin de proteger la riqueza cultural de la región e
impulsar el turismo interno, se otorgan diversos beneficios a aquellos poblados
que mantengan la arquitectura, costumbres, gastronomía y tradiciones de su
patrimonio histórico-cultural. Así es como llegamos a Guanajuato, tras una
cálida y efusiva bienvenida de nuestros amigos mexicanos: Acintli, Ricardo y la
tierna Yolotzin.
Ubicada a unos 385Km de Ciudad de
México se erige Guanajuato, una encantadora ciudad de época colonial situada en
un pintoresco valle emplazado en medio de las sierras. En el pasado funciono
una de las minas de plata más ricas y productivas del mundo. Caminar por esta
ciudad es como teletransportarse a una aventura legendaria de hidalgos y
caballeros. En la superficie, en sus cientos de callejones empedrados que suben
y bajan por la ladera se esconde un aire de europa medieval, que complementan a
la perfección con sus plazas arboladas llenas de bares y cafés al aire libre,
museos, teatros, mercados y varios monumentos históricos, mientras que una red
de túneles subterráneos corre por debajo de la ciudad para ayudar a controlar
el flujo del tráfico.
Algunos de los lugares que se
pueden visitar son el “Callejón del Beso”, callejón de 68cm de ancho cuya
leyenda cuenta que una pareja se dio su último beso de balcón a balcón antes de
morir por una daga. El “Mercado de Hidalgo”, originalmente pensado como la estación
de ferrocarril este edificio se convirtió en un magnifico mercado donde se
pueden encontrar desde frutas, verduras y todo tipo de comestibles hasta ropa y
artesanías. Los templos de San Cayetano y De la Compañía de Jesús entre otros.
La “Plaza de la Paz” corazón de la ciudad y excelente postal que resume la
esencia de este pueblo. El Teatro Juárez y su imponente arquitectura. Guanajuato es un sorprenderse a cada paso, es
para caminar y recorrer lentamente, es una mezcla de viaje nostálgico al pasado
pero llamativamente a la vez de una fresca alegría, la música en vivo es una
constante que te acompaña en cada recoveco y hace el perfecto escenario para el
desfile de familiares y amigos, vestidos todos de gala, que acompañan a los
novios camino a su boda, que por supuesto es como presenciar un ritual de
película. Para los que no deseen caminar, existe un pintoresco recorrido en bus
que no solo pasa por los puntos neurálgicos de la ciudad sino que también
recorre algunos de los túneles subterráneos. Si queres tener las mejores fotos
de la ciudad deberás ir a visitar el monumento a El Pípila, punto panorámico
por excelencia; utilizando como medio de transporte para llegar el Funicular,
una especie de ascensor pero sujeto a una vía, que hará de la subida por esas
calles tan inclinadas un verdadero placer.
Después de tanta caminata, no hay
nada mejor, que sentarse en uno de sus bares para refrescarse con una cerveza
artesanal, y para los más valientes que no le temen al picante, porque no una
“michelada”: una bebida típica de este país a base de cerveza, jugo de limón,
sal y obviamente salsas picantes. (En
otro momento hablaremos de la relación entre los mexicanos y el picante,
sinceramente es algo que aun hoy me sigue sorprendiendo, y obviamente mi delicado
hígado argento no pudo asimilar). Acintli nos dio nuestro primer sorbo de
mezcal, una especie de tequila pero que se produce 100% de manera artesanal, lo
que hace de su sabor algo incomparable para los entendidos.
Entre sorbos, risas y alegría,
llego el anochecer y se acercó el momento, de lo que para mí, fue lo más bonito
e inolvidable de este pueblo: “Las Callejoneadas”. Una excelente forma de
conocer la ciudad y sus múltiples callejones coloniales, pero con un saber
distinto, típico del folclore de la ciudad. Siguiendo a grupos musicales,
mayoritariamente con instrumentos de cuerdas y percusión, vestidos con trajes
tradicionales del siglo XVII y formados casi siempre por estudiantes, se pasea
por la ciudad en un ambiente por demás festivo. La tarifa de la callejoneada,
varía de un grupo a otro, pero ronda entre los 5 a 10 USD por persona, y tiene
una duración aproximada de 75 a 90 minutos. Por lo general comienzan a las
20.30hs, saliendo el último grupo a las 22hs. Como son varios grupos, y todos
van recorriendo la ciudad, cantando y contando historias legendarias,
simplemente caminando por la ciudad de alguna manera también se es participe de
esta simpática tradición.
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