lunes, 12 de septiembre de 2016

Guanajuato, Mexico.



Viajar es una buena forma de explorarse a sí mismo, experimentar imágenes, sabores, aromas y sensaciones distintas a las que usualmente estamos acostumbrados nos invita en cierto modo a despertar. Claramente lo primero que percatamos son los mapas y circuitos, los puntos de interés turísticos, los alojamientos, restaurantes y tener lindas fotografías; pero superada esa primera instancia del turista relajado, en cada viaje se esconde un manantial de posibilidades de descubrir eso que es obvio pero que por lo general olvidamos: el universo está repleto de lo distinto a mí; por lo que todo lo que soy, lo que veo a diario, las sensaciones que experimento y las personas que frecuento, todo lo que siento naturalmente mío no es más que una diminuta parte de todo lo que es, fue y será. Viajar es una gran manera de poner las cosas y nuestra propia vida en perspectiva.

México es un interesante crisol de sensaciones; sus paisajes costeros de infinitos turquesas, su herencia viviente en centenares de ruinas, su cultura y sus costumbres tan profundamente arraigadas en sus habitantes, son solo algunas de las tantas imágenes que regala. Es un país en el que constantemente interactúan lo viejo y lo nuevo, y a pesar del progreso que la modernidad impone, el mexicano de alguna forma logro amalgamarse para permanecer en sus orígenes.
Una muestra de esta preocupación por la cultura es el programa desarrollado por la secretaria de turismo “Pueblos Mágicos”, donde con el fin de proteger la riqueza cultural de la región e impulsar el turismo interno, se otorgan diversos beneficios a aquellos poblados que mantengan la arquitectura, costumbres, gastronomía y tradiciones de su patrimonio histórico-cultural. Así es como llegamos a Guanajuato, tras una cálida y efusiva bienvenida de nuestros amigos mexicanos: Acintli, Ricardo y la tierna Yolotzin.

Ubicada a unos 385Km de Ciudad de México se erige Guanajuato, una encantadora ciudad de época colonial situada en un pintoresco valle emplazado en medio de las sierras. En el pasado funciono una de las minas de plata más ricas y productivas del mundo. Caminar por esta ciudad es como teletransportarse a una aventura legendaria de hidalgos y caballeros. En la superficie, en sus cientos de callejones empedrados que suben y bajan por la ladera se esconde un aire de europa medieval, que complementan a la perfección con sus plazas arboladas llenas de bares y cafés al aire libre, museos, teatros, mercados y varios monumentos históricos, mientras que una red de túneles subterráneos corre por debajo de la ciudad para ayudar a controlar el flujo del tráfico.

Algunos de los lugares que se pueden visitar son el “Callejón del Beso”, callejón de 68cm de ancho cuya leyenda cuenta que una pareja se dio su último beso de balcón a balcón antes de morir por una daga. El “Mercado de Hidalgo”, originalmente pensado como la estación de ferrocarril este edificio se convirtió en un magnifico mercado donde se pueden encontrar desde frutas, verduras y todo tipo de comestibles hasta ropa y artesanías. Los templos de San Cayetano y De la Compañía de Jesús entre otros. La “Plaza de la Paz” corazón de la ciudad y excelente postal que resume la esencia de este pueblo. El Teatro Juárez y su imponente arquitectura.  Guanajuato es un sorprenderse a cada paso, es para caminar y recorrer lentamente, es una mezcla de viaje nostálgico al pasado pero llamativamente a la vez de una fresca alegría, la música en vivo es una constante que te acompaña en cada recoveco y hace el perfecto escenario para el desfile de familiares y amigos, vestidos todos de gala, que acompañan a los novios camino a su boda, que por supuesto es como presenciar un ritual de película. Para los que no deseen caminar, existe un pintoresco recorrido en bus que no solo pasa por los puntos neurálgicos de la ciudad sino que también recorre algunos de los túneles subterráneos. Si queres tener las mejores fotos de la ciudad deberás ir a visitar el monumento a El Pípila, punto panorámico por excelencia; utilizando como medio de transporte para llegar el Funicular, una especie de ascensor pero sujeto a una vía, que hará de la subida por esas calles tan inclinadas un verdadero placer.





Después de tanta caminata, no hay nada mejor, que sentarse en uno de sus bares para refrescarse con una cerveza artesanal, y para los más valientes que no le temen al picante, porque no una “michelada”: una bebida típica de este país a base de cerveza, jugo de limón, sal y obviamente salsas picantes. (En otro momento hablaremos de la relación entre los mexicanos y el picante, sinceramente es algo que aun hoy me sigue sorprendiendo, y obviamente mi delicado hígado argento no pudo asimilar). Acintli nos dio nuestro primer sorbo de mezcal, una especie de tequila pero que se produce 100% de manera artesanal, lo que hace de su sabor algo incomparable para los entendidos.

Entre sorbos, risas y alegría, llego el anochecer y se acercó el momento, de lo que para mí, fue lo más bonito e inolvidable de este pueblo: “Las Callejoneadas”. Una excelente forma de conocer la ciudad y sus múltiples callejones coloniales, pero con un saber distinto, típico del folclore de la ciudad. Siguiendo a grupos musicales, mayoritariamente con instrumentos de cuerdas y percusión, vestidos con trajes tradicionales del siglo XVII y formados casi siempre por estudiantes, se pasea por la ciudad en un ambiente por demás festivo. La tarifa de la callejoneada, varía de un grupo a otro, pero ronda entre los 5 a 10 USD por persona, y tiene una duración aproximada de 75 a 90 minutos. Por lo general comienzan a las 20.30hs, saliendo el último grupo a las 22hs. Como son varios grupos, y todos van recorriendo la ciudad, cantando y contando historias legendarias, simplemente caminando por la ciudad de alguna manera también se es participe de esta simpática tradición.



En nuestro caso, acercándose las 21.30hs, última salida de Funicular que nos llevaría hasta el auto nos dictaba la retirada, lentamente comenzamos la partida, pero no sin antes hacer una parada en cada esquina, como quien absorto sin saber muy bien en que, desea grabar en cada célula de su cuerpo esas luces que mágicamente se hacían camino entre las arboledas, esa música que rebotaba en cada adoquín, esa brisa que se hacía paso entre los recovecos de cada callejón y acariciaba las paredes coloridas, algo pálidas por la noche, pero igualmente intensas. Entonces, mientras subía el funicular, y en silencio me despedía de Guanajuato, me fue inevitable pensar: “Si así me recibe México, a este viaje ya no le pido más” Curiosamente, el universo recompensa el sentirse agradecido siempre, y desde ese primer día hasta el último en tierras mexicanas solo puedo decir que la escala de gratificaciones se mantuvo en alza.