sábado, 26 de septiembre de 2015

Parque Nacional Rio Pilcomayo, Formosa.



Siempre fui ridículamente inconstante con casi todo en mi vida, nada diría que me atrajo lo suficiente para mantenerme fascinada por mucho tiempo. Sin embargo algo se mantuvo intacto dentro de mis “inquietudes”: la búsqueda de la belleza.

La belleza, como ese algo puro que existe porque si,  sin pretensiones, exigencias o imposición de reglas;  como la reacción de completa satisfacción que se manifiesta, natural y espontáneamente, cuando experimentamos algo a través de los sentidos.  Es ese momento sublime donde te das cuenta que eso que estás viendo, tocando, oyendo, o sintiendo de alguna manera te estremece, te conmueve, te hace vibrar transformándose en liberadora alegría. 
Con los años, y algo de entrenamiento, el captar la belleza termina siendo algo tan involuntario como respirar, por lo que no es necesario grandes escenarios o situaciones para encontrarla. Lo mejor del paso del tiempo hasta ahora es que descubrí que la belleza no reside en las cosas sino en la sensibilidad del que la experimenta.


Formosa es una provincia que no suele ser destino elegido por la mayoría de los turistas en nuestro país, es un hecho factico irrefutable. Sin embargo, hay algo atractivo en sus paisajes que no se bien como describir; es como simple y exuberante a la vez, como algo que no pretende ser lo mejor en tu vida, y de alguna forma sin saber porque te conquista.




El Parque Nacional Río Pilcomayo, ubicado al noreste de la provincia, limitante en su parte norte con la República del Paraguay, es uno de esos lugares donde todo es tan quieto y calmo que ineludiblemente logras silenciar los fantasmas de la mente. Con su paisaje característico de extensos pastizales con palmares de caranday, de hasta 14 mts. de alto, que albergan isletas de montes y esteros con vegetación flotante.


De clima subtropical húmedo con estación seca y temperaturas que en el verano pueden superar los 40°, es recomendable para visitar en otoño o primavera. Como no es de fácil acceso hay que tener la precaución de corroborar las precipitaciones puesto que suele inundarse con grandes lluvias.

La variada fauna del área, común en gran parte del litoral argentino, incluye entre las más importantes a yacarés, la boa curiyú, el mono carayá, murciélagos pescadores, carpincho, aguara popé, coatí, tapir, puma, zorro de monte, lobito de río, ocelote y otras figuritas difíciles de encontrar como el tapir, el aguará guazú y el oso hormiguero grande. También hay más de 324 especies de aves, vinculadas con el ambiente de humedales, lo que llevo en 1992 a declararse como  sitio ramsar de alta importancia de conservación a nivel internacional.

Debido a su gran extensión y hay dos vías de acceso posibles, en donde pueden realizarse las siguientes actividades:
Área recreativa Estero Poí: ( de acceso intransitable en época de lluvias)
• 2 senderos pedestres autoguiados a través de folletería
• Sendero vehicular de 16 km.
• Torre mirador al Estero Catalina.
• Observatorio de aves del Bañado Pirity.
• Mirador al Río Pilcomayo.
Área recreativa Laguna Blanca:
• Muelles y torre de observación de la laguna.
• Sendero pedestre de interpretación.
• Vivero de árboles nativos.
• Se permiten actividades con embarcaciones sin motor.

En ambas áreas recreativas, Laguna Blanca y Estero Poí, hay parrillas, mesas y sillas para picnic y asados, sanitarios y un campamento con agua tratada (no potable), duchas, iluminación nocturna, botiquín, comunicación, vehículo para emergencias y asistencia de guardaparques. La infraestructura del lugar es muy buena para que puedan disfrutar los amantes de la naturaleza.

Desde Laguna Blanca se accede a pasarelas de madera que aproximan a los márgenes de la laguna, donde las posibilidades de avistar aves y sacar buenas fotos son grandes. También aquí es común ver yacarés que asoman, cautelosos, su hocico y sus ojos entre las aguas, o que están tomando sol entre la vegetación flotante de la laguna.

También hay un mangrullo que brinda una hermosa vista panorámica de la laguna y los ambientes que la circundan, como guajozales, totorales y las isletas de bosque que se presentan como manchas verdosas salpicadas de tanto en tanto por palmares de caranday. Según dicen es aconsejable ver, desde este lugar, los espectaculares atardeceres rojizos cuyas fotografías se difunden en folletos y publicaciones. Lamentablemente el día que fuimos estaba empecinadamente nublado por lo que me quede con las ganas de tomar mi propia postal de un atardecer perfecto.

En tal caso, con los años aprendí a disfrutar a pesar de, porque no existen ideales mas que el que nosotros mismos nos imponemos. Por lo que a pesar de la lluvia, o tal vez gracias a ella, ese día pude apreciar los verdes mas intensos y frescos, la sutilidad que da la luz pareja de un día nublado y sobre todo la ligereza que da avanzar sin ningún sentido prestablecido, teniendo como brújula lo que tus propios instintos desean.